miércoles, 16 de junio de 2010

Uno que dijo "voy a estirar las piernas"

- Pues me parece que lleva usted razón señor López. Al final todo es subjetivo y no dura más que lo que permanece en nuestros pensamientos como actualidades más o menos denodadas por el intelecto y el interés de cada cual mientras lo piensa y lo lleva a cabo.

- Pero no por ello todo es subjetivo o carente de más valor que el presente. Lo que yo quise decir con mi argumentación es que en un mundo demasiado hostil parece una encerrona fiarnos de argumentos y banderas que no valen más que la charlatanería de quien las ensalza.

- ¿Entonces llegamos a la conclusión de que nada vale?

- En absoluto. Jamás quise decir eso. Simplemente apunté la certeza de que los viejos ideales ya no pueden ser heredados. Vea, señor Pérez, que los occidentales cambiamos ya hace tiempo la patria, la religión, la moral y la vergüenza por la tecnología, el estado del bienestar y la puta que los parió. Y además las compramos en rebajas y a un precio muy alto, qué tontos nuestros padres, y nuestros abuelos por no aconsejarles mejor. Fue una compra sin garantía ni devolución, como quien compra un souvenir a un tercermundista en un viaje de placer a un ridículo coste con el que seguramente comerá toda la familia en una semana pero al revés, fuimos nosotros los que perdimos. No. No es que nada tenga valor, sino que después de semejante cagada ya no tenemos un criterio creíble. Ni siquiera nosotros somos creíbles.

- ¿Entonces todo vale?

- Es usted rebuscado señor Pérez. Es más fácil decir que existe algo con valor, sin determinar el qué, que afirmar que tal valor o criterio es inexistente. Contestar a lo primero supone una evasiva, a lo segundo una condena a descrédito. Verá. Todo y Nada son conceptos sin contenido, expresiones evanescentes que o bien no nombran nada o bien refieren a un mundo completo. Es como gritar a una nube y esperar que el cielo se vuelva verde fosforito.

- No crea que soy indeterminado ni que trato de ponerle nervioso con preguntas poco concretas. Lo que ocurre es que esta mañana no he desayunado bien y ahora mismo mis tripas me mantienen pendiente en otros menesteres, pero no por ello dejo de atenderle o de interesarme por sus respuestas. Seré más concreto. Cuando en un estadio de la humanidad tan decadente como el nuestro a la gente se le preguntas sus motivaciones para seguir viviendo o una lista sobre las cosas que quieren y valoran tienen la estúpida obsesión de contestar todas aquellas cosas que carecen de precio, que no de valor. Hablan del amor, de la amistad, del respeto, los valores, etc. La paradoja es que mientras valoran estos sobre todas las cosas en realidad se dejan la salud en un trabajo por conseguir cosas diferentes como coches, pisos y vacaciones. Mi pregunta iba por este camino. Quisiera que me diese su opinión sobre si estos nuevos dioses a los que rezamos son dignos de nuestras alabanzas.

- Quizá no andemos tan descaminados como nuestros ancestros. Nuestra civilización es decadente en la cultura. Cada día nos empeñamos por ser más estúpidos sin remisión. Antes se enseñaba a los niños a ser mayores y hoy todo está orientado a que sigamos siendo niños siempre, pero con más estilo, que se paga, claro. Quizá aquellos que hicieron la Revolución Francesa, las Cruzadas o la guerra al moro no eran más listos que nosotros sino que simplemente querían huir de algún enemigo concreto; el hambre, un matrimonio concertado o la miseria. Nuestro enemigo hoy es indeterminado, no tiene centro ni cara, así que le ponemos una palabra y listo, hoy huimos del aburrimiento, que al fin y al cabo somos nosotros mismos. Puede que tampoco fuesen hombres de férreos ideales y lealtades eternas. Seguramente fuesen tan hijos de puta como nosotros pero sin tanta afrenta por serlo. Lo que nos escandaliza son sus maneras porque en el fondo nuestros actos son calcados a los suyos. ¿No cree?

- Quizá tenga razón. En cierto modo comencé a reflexionar sobre esto cuando me senté a cagar antes de que usted llegase. Pensé que un momento tan personal como el presente debería tener más intimidad que el de tres paredes de aglomerado que tan solo preservan al sujeto activo de la visión de otros. También debería protegerse la no intromisión en el olor o los sonidos que cada cual tenga a bien emitir en un acto tan personalísimo como el de cagar. Aunque esté uno fuera de casa. Antes cagar no era un tabú pero tampoco teníamos la obligación de cagar a pocos centímetros del vecino. Esta situación no es sino un fallo del sistema en que vivimos, que a fin de cuentas nos revela nuestra tremenda estupidez como conjunto social.

- Completamente de acuerdo. Sin embargo, si estuviésemos en un bar con más consideración por el decoro no habríamos tenido esta conversación tan interesante. Y lo que es más importante, no podría pedirle que me echase el papel por debajo de la mampara que separa nuestros provisionales tronos, que me he dado cuenta de que no queda una vez que ya no hay vuelta atrás. ¿Puede usted pasarme un rollo?

- Pues verá, la verdad es que cuando le he escuchado entrar me he alegrado porque me encontraba en la misma situación que usted ahora mismo. Me ha dado vergüenza ser tan directo, a pesar de la situación, así que he preferido conversar un poco y preguntar después, pero ya veo que solo voy a sacar de esto una agradable charla y ni un trozo de celulosa. Le pongo sobre antecedentes; estamos en un baño público de un bar de carretera, la carretera es poco transitada por lo que veo ya que llevo aquí más de media hora entre unos menesteres y otros. La música del bar está tan alta que podemos oírla desde aquí así que será difícil que nos oigan.

- Podemos seguir conversando.

- Me parece bien. Total, ya se me han dormido las piernas.

- ¿Tiene fuego?

- Claro, tenga. Dígame señor Pérez, ¿Ha leído a Schopenhauer?