domingo, 3 de octubre de 2010

- Dígame señor López, qué hace tan callado, tan absorto en sus pensamientos.

- Pues verá señor Pérez, es que he olvidado las gafas y no puedo leer. Así que me he dado al sino de la imaginación, a dejar volar los pensamientos sin ton ni son y esperar a ver qué sale. Es divertido.

- Y en qué andan ahora sus denostados quebraderos de cerebro.

- Ahora mismo estaba pensando en la expresión "hasta los cojones". La veo muy visceral. Aunque lo cierto es que no se si la metáfora refiere al dolor físico de huevos o si bien sitúa el hastío en lo genital. Merece la pena profundizar en estas cosas. Cada palabra, gesto o expresión de los que a diario nos parecen inocuos esconden tras de sí un infinito y una historia propias, sendas que sólo los más aviesos se atreven a transitar.

- A mi me da que es una expresión no calculada, en cierto modo no hay metáfora ni comparación, es sólo un dicho convencional que con el uso ha adquirido su significado más allá del que refieren sus propias palabras.

- Un quite torero en la dicción a los que somos tan dados los españoles.

- Exacto.

- Y dígame señor López, ¿Es que acaso está usted hasta los cojones de algo?

- Pues si, valga la repetición estoy hasta los cojones de estar hasta los cojones. Desde pequeño he ido observando que conforme crecemos todo es más complicado, más difícil y más largo. Las cuestas son más empinadas y las cargas más pesadas.

- Además todo son problemas y uno acaba tan harto que sólo puede cagarse en Dios, la patria, las banderas y escenificar toda esa mala hostia con un soberbio apretón de cojones mientras tilda de rabia su rostro.

- No todo es malo hombre, no sea tan maniqueísta. Nos queda la música, las mujeres y la poesía.

- Y la buena mesa.

- Y las palabras.

- Si, y las palabras.