martes, 24 de agosto de 2010

Otro cigarro.

Hace ya tanto tiempo que casi olvido que tu imagen es un sinvivir, un continuo martilleo al alma, al corazón, a la lucidez, anunciando con bandas militares la entrada del absurdo en la ciudad, la vaciedad, el sufrimiento, el sinsentido, la angustia, el dolor, lo nefasto, la dejadez, el deslizamiento, el nihilismo, la muerte. Y todo esto con solo imaginar tu rostro.

Qué perdición de existencia. Cuánto absurdo. Absurdo autoinmune, absurdo que se absurdiza para no caer en el mayor de los absurdos, la nada, el vacío. ¿Y todo para qué? Me pregunto cuando viene el silencio y puedo pensar. Cuando la calle calla y el poeta encuentra el silencio como el pintor el pincel. Para nada, concluyo. Y así, sin motivos ni razones, ni fuerzas ni ganas, el absurdo hace olvidar su propio absurdo con el sueño reparador, con la dulce droga del sueño percibido como eterno, sin límites, sin leyes. Para nada. Absurdo, perfecto caos.

Y todo por ti y sin ti. Porque eres como el rayo que llega, deslumbra y se va. Al que siempre mi mirada llega tarde para verlo y sólo siente su luz, o su fuego. Presencia despresente. Y todo por unos ojos, pero qué ojos. Los mismos que miran, los mismos que engañan, engañaron, los que son y no son. Los que hoy son sombra, ayer veneno, mañana adiós. Qué ojos. Se clavan en lo oscuro, cuando cierro los míos y ya nada vale, ni las palabras. Cuando se piensa con luces y el dolor se me hunde en el pecho erizándome los pelos.

Otro cigarro, así no se puede dormir. Así no se puede vivir. No se vive, se sobrevive en un eterno punto y aparte del que el tiempo tan solo trae la certeza de su realidad inmutable. Lo que fue es. Será siempre. La calma y un pensamiento al aire, desentrenado, traicionero, hacen el resto. Hacen que la ciudad se hunda, se inunden los edificios, floten los coches y los hornos de pan sean refugios de peces. Pánico, perfecta servidumbre de la antivoluntad de ser. Tus ojos y todo se hunde. Absurdo.

El rayo que no cesa siempre ilumina pero a veces no quieres ver. Sabes de memoria el paisaje y estás aburrido de verlo. Estoy cansado de tus ojos, exhausto. Busco distracción, sublime instrumento de quien piensa en estructuras. Lenitivo. Narcótico. Absurdo pero eficaz. La lucidez también merece y necesita una tirita, una caricia.

Por fin la neblina, la conciencia de la inconsciencia del ahora, del soy. La torpeza del pensamiento, la pesadez de los párpados. La baba. La puntilla torera, el tiro de gracia y el adiós... No mas. Mañana tus ojos se irán por el desagüe y miraré al espejo y serán mis ojos, y no los tuyos.

Rayuela, capítulo 7.

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."