lunes, 31 de mayo de 2010


DE LA PASIÓN AMOROSA O AMOR SEXUAL.

De todas las pasiones compuestas que se deben a una mezcla de amor u odio con otras afecciones, ninguna merece más nuestra atención que la pasión del amor entre los sexos, tanto por su intensidad y vehemencia como por proporcionar una prueba irrefutable de aquellos interesantes principios filosóficos de que hemos tratado. Es evidente que, en su estado más natural, esta pasión se deriva de la conjunción de tres diferentes impresiones o pasiones, a saber: la sensación placentera originada por la belleza, el apetito carnal en pro de la generación, y un generoso afecto o benevolencia. El origen del cariño a partir de la belleza puede ser explicado por los razonamientos anteriores. El problema está en cómo puede ser excitado el apetito carnal por la belleza.
Cuando el apetito de generación se reduce a un cierto grado, es evidentemente agradable, y tiene una fuerte conexión con todas las emociones agradables. Alegría, júbilo, vanidad y cariño son siempre incentivos de este deseo, lo mismo que la música, el baile, el vino y la buena mesa. Por el contrario, tristeza, melancolía, pobreza y humildad lo destruyen. Dada esta cualidad del deseo, es fácil concebir por qué tiene que estar conectado con el sentimiento de la belleza.
Pero existe otro principio que contribuye al mismo efecto. Ya se ha señalado que la dirección similar de deseos es una relación real que, igual que si existiera semejanza en su sensación, produce una conexión entre ellos. Para poder comprender por entero el alcance de esta relación, deberemos considerar que cualquier deseo principal puede estar acompañado de deseos subordinados y conectados con él, y que si hay otros deseos similares a estos últimos, estarán por ello relacionados también con el principal. Así, el hambre puede ser considerada en muchas ocasiones como una inclinación primaria del alma, y el deseo de acercarse a la comida como secundaria, pues es absolutamente necesario satisfaces ese apetito. Por tanto, si mediante cualquier cualidad independiente nos lleva un objeto a acercarnos a la comida, nuestro apetito se verá naturalmente incrementado; por el contrario, todo aquello que nos incline a alejarnos de la comida será opuesto al hambre, y disminuirá nuestra inclinación por los alimentos. Ahora bien, es claro que la belleza tiene el primer efecto, mientras que la fealdad es causa del segundo. Esta es la razón de que la belleza nos proporcione un deseo vehemente de comer, mientras que basta la aparición de la fealdad para que nos resulte desagradable el más apetitoso manjar inventado por el arte culinaria. Todo esto puede aplicarse fácilmente al apetito de generación.
De estas dos relaciones, a saber, semejanza y deseo similar, se origina una conexión tal entre el sentimiento de belleza, el apetito carnal, y el afecto, que los hace en cierto modo inseparables. Vemos por experiencia que es indiferente cuál se presentó primero, pues es casi seguro que cualquiera de ellos estará acompañado de las afecciones relacionadas. Quien está encendido en lujuria siente al menos un momentáneo afecto por el objeto de su placer, a la vez que se imagina que la mujer deseada es más bella de lo habitual; de la misma manera muchas peronas que han comenzado por sentir afecto y aprecio por el ingenio y méritos de alguien acaban por pasar a las demás pasiones. Pero el tipo de amor más común es el que se origina primero por la belleza y se difunde luego en el cariño y en el apetito carnal. El cariño o el aprecio, y el apetito de generación, son cosas demasiado alejadas para estar fácilmente unidas entre sí. El uno es quizá la pasión más refinada del alma; el otro, la más grosera y vulgar. El amor por la belleza está situado en un justo medio entre las dos pasiones, y participa a la vez de la naturaleza de ambas.A esto se debe que sea tan singularmente apto para producir las otras dos.
Esta explicación del amor no es peculiar de mi sistema, sino que resulta ineludible, con independencia de las hipótesis de base. Las tres afecciones componentes de la pasión son evidentemente distintas, y cada una de ellas tiene un objeto distinto. Por consiguiente, es cierto que sólo por su relación pueden engendrarse mutuamente. Pero la relación de pasiones no es suficiente por sí sola. También es necesaria una relación de ideas. La belleza de una persona no nos inspira nunca amor por otra. Esta es, pues, una prueba notable de la doble relación de impresiones e ideas. A partir de ejemplo tan evidente podemos hacernos ya un juicio sobre lo demás.
Visto desde otro ángulo, esto puede servirnos también para ilustrar aquello en que tanto he insistido, referente al origen del orgullo y la humildad, el amor y el odio. Ya he indicado que aun cuando el yo sea el objeto de ese primer grupo de pasiones, mientras que es otra persona el objeto del segundo, estos objetos no pueden ser por sí solos la causa de las pasiones, en cuanto que cada uno de ellos está en relación con dos afecciones opuestas, que desde el primer momento tendrían que destruirse recíprocamente. Esta es, pues, la situación de la mente, tal como la he descrito ya: posee ciertos órganos naturalmente aptos para engendrar una pasión; cuando dicha pasión tiene lugar, dirige naturalmente su atención a un cierto objeto. Pero como esto no basta para originar la pasión es necesaria alguna otra emoción, que, por una doble relación de impresiones e ideas, pueda poner en marcha estos principios y conferirles el primer impulso. Esta situación es aún más notable por lo que respecta al apetito sexual. El sexo es, no solamente el objeto, sino también la causa del apetito. No sólo dirigimos a él nuestra atención cuando nos mueve ese apetito, sino que nos basta pensar en el sexo para excitar ese mismo apetito. Pero como esta causa pierde su fuerza al producirse con demasiada frecuencia, es necesario que sea acelerada por algún nuevo impulso; ahora bien, vemos que ese impulso surge de la
belleza de la persona, esto es, de una doble relación de impresiones e ideas. Y si esta relación doble es necesaria siempre que una afección tiene una causa y un objeto distintos, ¿Cuánto más lo será en caso de tener solamente un objeto distinto, sin ninguna causa determinada?


DAVID HUME: Tratado sobre la naturaleza humana (1740).


miércoles, 19 de mayo de 2010

Cortázar; sobre los modernos. Genial.


"Morelli añade: figura en vez de imagen, para evitar confusiones. Sí, todo coincide. Pero no se trata de una vuelta a la Edad Media ni cosa parecida. Error de postular un tiempo histórico absoluto: Hay tiempos diferentes aunque paralelos. En ese sentido, uno de los tiempos de la llamada Edad Media puede coincidir con uno de los tiempos de la llamada Edad Moderna. Y ese tiempo es el percibido y habitado por pintores y escritores que rehusan apoyarse en la circunstancia, "ser modernos" en el sentido en que lo entienden los contemporáneos, lo que no significa que opten por ser anacrónicos; sencillamente están al margen del tiempo superficial de su época, y desde ese otro tiempo donde todo accede a la condición de figura, donde todo vale como signo y no como tema de descripción, intentan una obra que puede parecer ajena o antagónica a su tiempo y a su historia circundantes, y que sin embargo los incluye, los explica, y en último término los orienta hacia una trascendencia en cuyo término está esperando el hombre.>>"

JULIO CORTÁZAR, Rayuela (-116).

sábado, 15 de mayo de 2010

Concepto de Ilustración.

"La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia. Bacon, "el padre de la filosofía experimental", recoge ya los diversos motivos. Él desprecia a los partidarios de la tradición, que "primero creen que otros saben lo que ellos no saben; y después, que ellos mismos saben lo que no saben. Sin embargo, la credulidad, la aversión frente a la duda, la precipitación en la respuestas, la pedantería cultural, el temor a contradecir, la falta de objetividad, la indolencia en las propias investigaciones, el fetichismo verbal, el quedarse en conocimientos parciales: todas esas actitudes y otras semejantes han impedido el feliz matrimonio del entendimiento humano con la naturaleza de las cosas y, en su lugar, lo han ligado a conceptos vanos y experimentos sin plan. Es fácil imaginar los frutos y la descendencia de una relación tan gloriosa. La imprenta, una invención tosca; el cañón, una que estaba ya en el aire; la brújula, en cierto modo ya conocida antes: ¡qué cambios no han originado estos tres inventos, uno en el ámbito de la ciencia, otro en el de la guerra, y el tercero en el de la economía, el comercio y la navegación! Y nos hemos tropezado y encontrado con ellos, repito, sólo de casualidad. Por tanto, la superioridad del hombre reside en el saber: de ello no cabe la menor duda. En él se conservan muchas cosas que los reyes con todos sus tesoros no pueden comprar, sobre las cuales no rige su autoridad, de las cuales sus espías y delatores no recaban ninguna noticia y hacia cuyas tierras de origen sus navegantes y descubridores no pueden enderezar el curso. Hoy dominamos la naturaleza en nuestra mera opinión, mientras estamos sometidos a su necesidad; pero si nos dejásemos guiar por ella en la invención, entonces podríamos ser sus amos en la práctica".

M. HORKHEIMER y T.W. ADORNO, Dialéctica de la Ilustración. (1944)

jueves, 13 de mayo de 2010

Miradas arriba, abajo, al espejo, al techo.

¿Hacia dónde miras mientras te cortan el pelo? Si miras a los ojos directamente desde el espejo vas a parecer un vanidoso, o un creído, no eso no, a los ojos no. ¿Miro a la peluquera? Entonces se pensará que no he venido aquí a cortarme el pelo sino a mirarla a ella, y no está muy interesada, puesto que no me ha dicho ni "mu" después de "¿cómo lo quieres?". Vale, pues miro al suelo, o algún punto neutro fuera del espejo. Aunque entonces pareceré un loco, con la mirada perdida y el pensamiento en La ponia mientras le pasan unas tijeras demasiado cerca de las orejas. Además, daría una sensación de forzada indiferencia que no es creíble, la peluquera lo notaría y nuevamente quedaría como un capullo....
Bueno, ya está. Cierro los ojos y hago como que me he dormido. No, no, no sería creíble. Si me durmiese no podría mantener el cuello rígido, entonces quedaría como un farsante y la peluquera podría pensar que estoy imaginando cosas guarras con ella, y las tijeras.... demasiado cerca de las orejas, "zas, zas". Ya, lo tengo!!! Miraré cómo me corta el pelo, atento a sus gestos, aunque..... quizá la incomode así, pensando que la estoy examinando, viendo si lo hace bien y criticándola en mi fuero interno. Todo el mundo tiene derecho a trabajar en paz y tranquilo, sin presiones, y la peluquera no va a ser menos, pese a que el objeto de su arte esté sobre mis sienes. No, no es buena idea mirarme el pelo siendo cortado por sus tijeras, sería demasiado coactivo, lo notaría y se enfadaría.
Bueno, pues entonces... puedo mirar a través de los espejos, que contrapuestos me proporcionan un juego por el que puedo ver todos los rincones de la peluquería. Si, esto funciona... Puedo ver a los clientes, las otras sillas, las otras peluqueras, el almacén, mi nuca... ¡y su culo!. Joder, puede pensar que le estoy mirando el culo, cosa que hago, pero sin intención primaria, ¡ha sido un desliz óptico!. Además ella conoce la disposición de los espejos así que sabrá si estoy mirando su culo o cualquier otro rincón. Me ha pillado, mierda.
La gente normalmente coge una revista, pero no me motivaba el muestrario, y si lo que pretendía era no quedar como un capullo leer el 10 minutos o la Pronto mientras me pelan pues como que....

- Ya está- dice la peluquera.
- Gracias.

Pago y me voy. Salgo a la calle y tomo conciencia de algo que acaba de ocurrir en mis narices sin darme ni cuenta. Al cobrarme la peluquera me ha dado una tarjeta con las vueltas. Parecía que había algo escrito. Miro la cartera y efectivamente, en la tarjeta hay escritos un número y un nombre. ¿Se habrá dado cuenta de que miraba sin mirar?. Quizá la llame, aunque será complicado, tendré que empezar a pensar ya a dónde miro cuando quede con ella. Quizá mire al techo.

domingo, 9 de mayo de 2010


"Por supuesto Oliveira no iba a contarle a Traveler que en la escala de Montevideo había andado por los barrios bajos, preguntando y mirando, tomándose un par de cañas para hacer entrar en confianza a algún morocho. Y que nada, salvo que había un montón de edificios nuevos y que en el puerto, donde había pasado la última hora antes de que zarpara el Andrea C, el agua estaba llena de pescados muertos flotando panza arriba, y entre los pescados uno que otro preservativo ondulando despacito en el agua grasienta. No quedaba más que volverse al barco, pensando que a lo mejor Lucca, que a lo mejor realmente había sido Lucca o Perugia. Y todo tan al divino cohete.
Antes de desembarcar en la mamá patria, Oliveira había decidido que todo lo pasado no era pasado y que solamente una falacia mental como tantas otras podía permitir el fácil expediente de imaginar un futuro abonado por los juegos ya jugados. Entendió (solo en la proa, al amanecer, en la niebla amarilla de la rada) que nada había cambiado si él decidía plantarse, rechazar las soluciones de facilidad. La madurez, suponiendo que tal cosa existiese, era en último término una hipocresía. Nada estaba maduro, nada podía ser más natural que esa mujer con un gato en una canasta, esperándolo al lado de Manolo Traveler, se pareciera un poco a esa otra mujer que (pero de qué le había servido andas por los barrios bajos de Montevideo, tomarse un taxi hasta el borde del Cerro, consultando viejas direcciones reconstruídas por una memoria indócil). Había que seguir, o recomenzar o terminar: todavía no había puente. Con una valija en la mano, enderezó para el lado de una parrilla del puerto, donde una noche alguien medio curda le había contado anéctodas del payador Betinoti y de cómo cantaba aquel vals: Mi diagnóstico es sencillo: / Sé que no tengo remedio. La idea de la palabra diagnóstico metida en un vals le había parecido irresistible a Oliveira, pero ahora se repetía los versos con un aire sentencioso, mientras Traveler le contaba del circo, de K.O. Lausse y hasta de Juan Perón".

JULIO CORTÁZAR. Rayuela (-39).

miércoles, 5 de mayo de 2010

Huérfanos de padre y calle.


Ahora estoy demasiado lejos de las que en este momento deberían ser mis calles, mis mujeres y mis amigos. El café es infinitamente peor y las rutinas que al fin son lo que uno es, quiera o no reconocerlo, son sumamente peores, dignas de menos respeto del que uno quisiese para si mismo. Los libros siguen siendo los libros, ventanas a lo incierto, a la vida que se dejó pasar por un si o un no, o por decir un ¡ahora!, o más bien por un hacer. Elecciones. Elegir es siempre un hacer, y el no hacer nada es también siempre un elegir, si no eliges no haces nada pero al mismo tiempo haces todo, quizá todo lo que no hubieses querido hacer. Si uno no sigue todo sigue sin él, y sigue igual. Decidimos y erramos, nos equivocamos a cada paso que damos y sin embargo seguimos considerándonos dignos de nuestro propio respeto, merecedores de premios y atenciones que si nos parásemos a pensar rechazaríamos. Cada cual tiene su metro, su nivel, su criterio y su rasero, y cada cual tiene la habilidad de transformarlos a tenor de las circunstancias, esperando que esto sea lo mejor para tal cosa. No nos sirve un criterio único, ya Dios murió y nada parece equiparar su estatus ni sus funciones. Somos huérfanos de padre y calle perdidos en un inmenso laberinto al que no le vemos la salida ni el sentido y sin embargo seguimos buscando una luz al final, prevista pero incierta al fin y al cabo. Nadie nos dijo que sería fácil.

Nuestros padres mintieron, eso es todo.