viernes, 17 de diciembre de 2010

Cosas que pasan

Cosas que pasan. A veces a uno, a lo largo del día le ocurren cosas, o las ve, o las oye, o las propicia. Acciones u omisiones que le hacen a uno recobrar la fe en la humanidad, en darle otro voto de confianza a una vida ya de por si despiadada. La gente, de la que ya estamos acostumbrados a no esperar nada, en ocasiones lanza un verso al viento y desde su gañanía incardinada hace un gesto que vale un mundo. A veces no, a veces todos somos tan hijos de puta como cabría esperar y actuamos como tales, sin alterar la tónica, siendo tal cuales nos criaron y crecimos. Pero a veces no.

A veces simplemente no pasa nada. Las horas de un día transitan por el reloj con un aplomo intrascendente, cargado de pesadez, esperando su relevo y su descanso, las tres... las cuatro.... esperando desde un gesto irónico de las agujas que las cinco y las seis traigan algo nuevo, sabedoras de que nada más lejos de lo común, de lo propio de los días que no pasa nada. Mientras somos tan valientes como para aburrirnos hay gente que nace y que muere, personas a las que le parten el corazón o el alma, ignorando de nuestra existencia así como nosotros hacemos lo propio con la suya. Somos unidad, uno. Cada vez más. Mientras uno oye o escucha a quien habla a veces no hace otra cosa que aguardar su turno, para comenzar su perorata (que es la que dice algo) con un inicial Yo rotundo, y habla, y dice, y se pierde. Entonces de tanto decir a veces no dice nada, y ni el Yo inicial le salva. Esos son los días en que no pasa nada.

Pero a veces no. A veces uno se toma a pecho el lenguaje y va más allá de lo que las palabras dicen. Se imbuye en la estructura intrínseca de las proposiciones que le lanzan o que emite, para captar la intencionalidad inherente de cada suspiro con forma y alma. Es un lenguaje confuso el que nos envuelve a diario. Ningún lenguaje es natural, ni el más común. Si se ve con calma, hasta el decir más descuidado a quien nos confía y nos respalda lleva aparejado una increíble carga lógica que de forma implícita o explícita queremos transmitir. Fatuo intento. Las palabras no se escuchan desde las palabras, y en los oídos no hay palabra. En el decir siempre hay un querer. Una intención que quiere, subrepticiamente, hacerse patente, influir, afectar, trascender. El vicio del lenguaje es jugar al despiste, en atribuirle al azar la resonancia de nuestras palabras para que la forma que finalmente adopten estas en los oídos de quien nos escucha no sean de nuestra responsabilidad, sino del entendimiento o el contexto. Dejar al descuido la interpretación y dejar lo importante en las palabras es la más cruel de las falacias, puesto que con ella nos hacemos cómplices de aquello que odiamos, la falta de claridad. Por ello los días en que todo son palabras y detrás de ellas no hay nada son los días que no pasa nada, y los días en que se deja al azar o a la interpretación la verdadera intencionalidad de lo que queremos decir son los días crueles, los días en que nos comportamos siendo tal cuales nos criaron y crecimos. Pero eso son cosas que pasan.

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