Ya se acabaron las vacaciones, o por lo menos las que molan, esas que te mantienes despierto en todo momento, en que todo es nuevo y digno de atención, cuando todo tiene un interés inesperado, incluso lo más nimio. Todo eso ya acabó, de momento. Al dejar atrás Portugal olvidé todo eso en la frontera, lo tuve que dejar unos kilómetros antes de la aduana, por miedo al decomiso y a la multa. El buen humor de los demás está bien como anécdota, pero no como costumbre, o así nos han educado.
Aun quedan un par de semanas para empezar a trabajar y aquí solo queda rutina, vida diaria, donde nada despierta el interés de hace dos semanas, un café es un café, y nada más, una chica que se cruza en sentido contrario en el paso de peatones no pasa de la imaginación guarra mientras la estás viendo. Cuando te sobrepasa y nuestros caminos no coinciden pues ya está, a otra cosa. Ahora todo es aburrido. Quiénes son los aburridos, las cosas o las personas, supongo que los dos, pero más las personas, porque lo son y hacen serlo a las cosas. Si, las personas, y por partida doble. La cerveza solo sabe a cerveza y los cigarros copan más el ansia que el entusiasmo. Si, somos aburridos, y por eso nos aburrimos. Aun así si que queda un resto de interés, el de aquel que quiere ponerlo y dota a la mirada de una dimensión propia en la que busca lo que él pretende encontrar. Así y todo los días son agotadores y las miradas al techo se hacen más por costumbre que por necesidad. Qué aburrimiento. No es tan grave. Al fin y al cabo Schopenhauer decía que nuestras vidas transcurren entre el dolor producido por el deseo insatisfecho y el aburrimiento de la victoria conseguida. Es decir, que no es nuevo esto de digo, aunque si se entiende bien lo que quería decir aquí Schopenhauer la idea de fondo no es más agradable ni más halagüeña.
Siempre nos queda el recurso de quejarnos y decir ¡Cómo me aburro!.
(Prometo seguir con esto).