miércoles, 13 de enero de 2010

Cada día veo menos, cada día veo más.

Cada día veo menos. Las gafas que antes usaba tan solo para leer comienzan a hacerse imprescindibles para mirar la pantalla. Dicen que con los años la visión pierde luminosidad y todo es más oscuro de lo que es en la juventud. Más fascinante aún son los ojos de los recién nacidos. Son líquidos, gelatinosos. Con el paso del tiempo se van solidificando hasta adoptar el estado, la forma y el color que les serán propios de por vida, a tenor de las lentillas de colores, sin duda uno de los inventos más horteras de la humanidad. El que cada día ve menos es mi abuelo. - Cada vez menos, y más sombras- dice. Para leer necesita gafas gruesas y una lupa. Solo así consigue distinguir los caracteres y las fotos de los libros de mi habitación que tan gustosos recibe, mientras me hace compañía en mis tardes de estudio. Ambos pasamos las tardes en un cuarto que da a la calle, cada uno con su libro, mientras afuera llueve. Fumando como si el mundo acabase al pasar la página. Él Bull Brand, yo Golden Virginia o Lucky Strike. Yo libros de derecho o de filosofía, él libros de la Transición, el franquismo o la Segunda Guerra Mundial. - Los conozco a todos- dice. Lleva razón. No obstante ha vivido dos monarquías, dos dictaduras, una república, una guerra, una posguerra, una transición y una democracia. Ha pasado hambre, ha visto fusilar a gente, sus hermanos han muerto de "pulmonías" o de "resfriados", o de cáncer, cuando antes no era un diagnóstico sino una suposición que daba nombre a lo que los médicos no sabían con seguridad. Es bisabuelo y fuma dos cajetillas diarias. Un cigarro tras otro, literal, cuando fuma enciende uno y después otro, hasta los siguientes dos, y así otra vez, y otra. Hace tres intentos para levantarse de la silla, pero siempre lo consigue sin ayuda. No se queja, no se pone nostálgico ni melancólico. Tampoco da trabajo, él hace sus cosas y ayuda en la medida que puede con el de los demás. Sin duda, la nota dominante de su senectud es el buen humor. Elogiable. Envidiable.

Nos llevamos sesenta y un años, seis meses y trece días. Su visión es más oscura, sus ojos están más sólidos que los míos. Quizá la visionado te endurezca los órganos y te oscurezca el pensamiento. Es científico o es poético, qué más da ser poetas o médicos cuando ya no hay futuro sino presente, cuando ya no hay planes, proyectos, ni ilusiones de ser tal o cual persona el día de mañana. Supongo que en la vejez eres quien eres y no hay vuelta atrás. Seguramente no haya ni orgullo ni vergüenza por contemplar la persona en quien te has convertido. Quizá no estés cansado de la vida pero puede que ya no te queden fuerzas para más, ni siquiera para soñar. Entonces pensar en la muerte es hacerlo como una posibilidad posible más que una improbabilidad hipotética y no noto en mi abuelo ningún rasgo de agonía, de desesperación o de tristeza. Más que resignación lo suyo es un estado de serenidad. Quien más y quien menos con su edad habrá vivido lo suyo, habrá sido feliz o no, habrá llorado y sufrido seguro, como nadie, y de una manera u otra estará en paz consigo mismo. Nada tendrá la importancia de otros tiempos y lo que te importa entonces te sería impensable sesenta años atrás, o cuarenta, o veinte. Cinco incluso. Verte sin fuerzas debe joder, sentirte un esqueleto, inerme, pero no doblega.

Dice Jorge Manrique (1440-1479) en las Coplas a la muerte de su padre lo siguiente:

No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.


1 comentario:

  1. Hermano, se me pone la carne de gallina.
    Ya te dije cuanto os quiero a todos?.

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