miércoles, 16 de marzo de 2011

El aceite de Iznalloz

Iznalloz es un pueblo de Granada, de pasada para mi. Siempre lo he bordeado cuando iba o venía de o hacia Granada, y salvo una vez que tuve que ir por la carretera cruzando el pueblo, para mi siempre ha quedado a mi izquierda o a mi derecha por la A-4 hacia otro lugar.

Junto a dicho pueblo hay una vía de servicio todo en uno; gasolinera, hotel, bares, restaurantes, tickets para el ferry, tienda de artículos de caza, productos de la tierra y más cosas si me apuras. Junto allí, como decía pasa la autovía dirección Granada y también confluye el desvío por carretera hacia La Peza, carretera que acorta el camino hacia Almería. Por ello la vía de servicio es la leche, siempre llena de gente a la hora que se pare uno. Coinciden a pie de barra tíos recios que se van a barear aceitunas con trajeados en dirección a la capital, estudiantes de fin de semana, fiesteros de la Copera (inconfundibles), guiris con la estampa de Sierra Nevada en la jeta, marroquíes con jaima improvisada y Harissa con el útero hasta arriba de grifa. Panorama pintoresco cuanto menos.

Pues viajaba yo el otro día en dirección al norte, muy temprano cuando paré en dicha área de servicio a desayunar, o más bien a que me prepararan el desayuno, cosa que cuanto más al sur mejor se hace. Eran como las 6 de la mañana y aquel sitio ya estaba abierto y bastante concurrido. Junto a mi, en la barra, se encontraba un tío bastante grande, que vestía un mono azul de obra, pero que poco se había acercado al cemento. El bajo de los pantalones estaba cubierto de un barro ya hecho tela que no sale ni frotando fuerte. La prenda que ya desechaba su apariencia por su utilidad o comodidad vestía a un hombre de unos cuarenta, ancho de espaldas, con las manos grandes y agrietadas, que tomaba una copita de anís a las seis de la mañana. Yo solo supe que era anís cuando pidió la segunda.

En esto el camarero me trae las tostadas y en el mismo platito un puto bote de plástico pequeñito con aceite dentro. Aceite de la cooperativa olivarera de Iznalloz, se lee en la tapa de film. A esto me pregunto yo qué ha sido de la aceitera típica encima de la barra, o más bien de las aceiteras, una con ajos y otra sin ellos, y demás cosas en mi somnolencia matutina. Total, que me echo el aceite en las tostadas y veo que me sobra más de la mitad del bote. Y mientras, a esas horas en las que el cerebro aun está un poco líquido y el café aun no caliente el estómago ni la lucidez me pongo a pensar en el tío del al lado, que no para de mirarme. Pienso que él se ha levantado hoy y muchos días a la misma hora que yo hoy de casualidad. Él, durante años, me figuro, ha ido a los bancales a regar, podar, estercolar, barear, recoger, sembrar, labrar, vigilar y todo lo que conlleva tener un campito de postal. Me figuro la mala hostia que el vecino tiene acumulada en esa mirada, en esos ojos cansados que no paran de mirarme como diciendo "mierda de vida la que llevo yo para que ahora tú te dejes el aceite que tanto me cuesta a mi sacar, compae". Y lleva razón. Desconozco los motivos por los que en tal sitio se sirve el aceite en puto bote individual en lugar del común, que será menos higiénico, pero es más creíble. Supongo, no obstante, que aunque modernos, los del bar no son gilipollas y que ni una gota de aceite "de sobra" llega a la basura, sino a un hipotético bote de cristal grande que guardan bajo la barra para cuando se largan capullos como yo. Un triste ejemplo, pienso, de como hemos convertido todo aquello que nos daba la vida en lo que nos puede dar dinero, y nos la suda el qué y el como, y si el aceite sobra, pues a la mierda, y si un mindundi solo se echa la mitad, pues ahí que le jodan, mientras pague, eso si.

Un desprecio tan indirecto como visceral es el que encierra esa aporía, esa patraña del progreso, la tecnología, el todo ahora, bueno, bonito y barato, el usar y tirar, los envases individuales hasta en las galletas, la propaganda que dura en la mano tres segundos y luego a la mierda, el "do it yourself" y su puta madre. Todo lo que tiene interés tiene así precio, y las formas importan más que el fondo, y no, eso no es así, que se lo digan al tío que tengo al lado, mientras desayuno, con pena, o más bien con sueño.

Puta vida, dicen sus ojos, que no paran de mirarme, y encima ahora no le dejan ni fumar con el anís.

Manda huevos, pienso yo. Pago y sigo, y adios muy buenas.


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