martes, 3 de noviembre de 2009

La vida secreta de las palabras.




Nada es sin fundamento. Todo sucede o viene precedido por alguna causa concreta. Nada proviene del azar, si por lo tal entendemos lo indeterminado, lo que carece de causalidad. A veces causamos reacciones sin darnos cuentas, y solo podemos entender el mundo si somos conscientes de la gravedad de nuestros actos.
Uno no lo sabe pero un si o un no dicho en un momento preciso será el responsable de una muerte natural, en la vejez, o de una muerte espantosa, perpetrada con alevosía y ejecutada con eterno placer por parte del asesino. En tal caso el asesino no es ni quien mata ni quien muere, aunque éste haya sido su causante primero. En tal caso el asesino es la palabra, la cual goza de vida propia, se inyecta entre los hombres y fluje en su eterno devenir por este mundo condenando de manera irremisible a quien osa a colocar sus labios en posición y exhalar un si o un no, de manera inconsciente, o no tanto. Nadie debería aprender a hablar hasta no ser consciente de la vida propia de las palabras y de la gravedad de las consecuencias que éstas acarrean a la vida de los hombres. Nadie debería decir nada, todo el mundo debería estar callado e impedir que el eterno asesino ande suelto de manera impune, trastocando aquí y allá las vidas de las personas. Ningún muerto habla. Es la manera en que la vida vence a la palabra, aun a costa de la propia vida. La muerte es la negación de la palabra, y la victoria de la vida, que aun a costa de su precio merece la pena, ¿Merece la pena?

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